¿Qué debe ocurrir cuando un pueblo abandona su lengua y adopta totalmente un idioma extranjero?
Esta pregunta se relaciona más bien con la parte del nacionalismo que ha quedado un poco abandonada a lo largo de este trabajo. Con esto me refiero a esa parte que está a favor del mismo. Si bien es cierto, esta comunidad bloggera está integrada por multitud de gente con ideas distintas y nuestro trabajo se basa en el análisis de todas ellas, con el fin propuesto de conocer un poco más nuestra cultura y las lenguas que nos rodean; amén de desarrollar nuestra capacidad crítica, para poder obtener así nuestro propio punto de vista al respecto.
Para poder actuar con imparcial planteamos las dos caras de la moneda. Puesto que ya se ha podido ver una de ellas, ahora procederemos a exponer lo que consideramos corresponde a la visión de los que se encuentran al otro lado, sin la intención de menospreciar a ninguna de las partes.
Johann Gottlieb Fichte, quien ya ha sido mencionado en alguna de nuestras anteriores entradas, vuelve con fuerzas depositadas en las bases que nos han procurado sus escritos, sobre los que se respaldan las explicaciones de hoy.
Según este afamado filósofo alemán «quienes hablan idiomas neolatinos»; tales como el francés, portugués, italiano, rumano…, y por lo que se refiere a nuestro interés el español, gallego y catalán; «no poseen una lengua viva, una lengua madre, sino que se conforman con una lengua muerta».
La distinción de Fichte entre idiomas muertos y vivos proviene de la teoría del origen del lenguaje, propuesta por Johann Gottfried Herder en su tratado de 1772.
Podríamos aplicar estas afirmaciones a nuestro caso particular. De esta manera, el vasco correspondería a la situación de lengua viva, puesto que debido a la incertidumbre producida por su origen se podría llegar a la conclusión precipitada (no podemos decir que sea errónea o acertada, pues no nos corresponde a nosotras aventurar el origen de las lenguas) de que el euskera no tiene antecedentes, sino que es una lengua en sí misma. Esto es, un idioma puro, no “contaminado” por ningún otro.
Fichte hace alusión a esta contaminación con el caso del latín. Para él, el latín fue una lengua muy influyente y gracias a ello se construyeron a partir de ella otros idiomas independientes, aunque para el propio Fichte constituirían derivaciones pobres de la lengua principal, lo que él denomina lenguas muertas.
Siguiendo con las ideas del filósofo alemán, éste nos brindan las siguientes conclusiones:
Quienes hablan un idioma original constituyen una nación (idea a la que se agarra a su vez el nacionalismo), y segundo, que las naciones deben hablar su idioma original. «Hablar un idioma original es ser fiel al propio carácter, mantener su identidad. Una vez dicho esto la prueba por la que se reconoce la existencia de una nación es la del idioma. Un grupo que habla el mismo idioma es reconocido como una nación, y una nación debería constituir un Estado».
Antes de dar por finalizada la explicación hay que tener en cuenta que el libro donde se recogen todas estas afirmaciones, Discursos a la nación alemana, fue publicado hace más de dos siglos, en 1806. Además, hay quienes consideran la obra de Fichte como unos de los desencadenantes del origen del nacionalismo alemán.
Aun así, como hemos podido ver a lo largo del trabajo, temas tan similares como éste son tratados aún en nuestros días. Esto es lo que nos hace posible el darnos cuenta de la trascendencia de la existencia o no de una estrecha relación entre política y lenguaje.
Aprovechando el interés que despierta esta cuestión, y la multitud de visiones al respecto que existen hemos querido dar la posibilidad a nuestros lectores de participar en este debate a través de la encuesta realizada en este mismo blog. Esperamos llegar a una conclusión con los resultados de la misma. Gracias por participar.
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