Algunos nacionalistas se valen, en algunas ocasiones, del lenguaje como uno de estos criterios principales por los que es necesaria su independencia, con el objetivo final de constituir su propia nación. Por lo mismo, no aceptan que España pueda ser un país con una realidad multilingüística. Ellos no sienten el castellano como suyo, sino que dicen poseer su propio idioma, libre de relación alguna con la lengua española.
Como caso más característico y adaptado a la alusión anterior está el vasco. Los nacionalistas vascos más radicales no sienten su pertenencia a nuestra nación como real, sino que para ellos es una obligación de la que se quieren desligar.
Así pues, casos como el que pudimos ver ayer en los medios de comunicación se hacen cada vez más “normales” en nuestra realidad social. Lo que no debería ser una noticia, puesto que en teoría sería algo normal el hecho de encontrar en un edificio público las banderas del país ondeando en lo alto de la fachada, se ha convertido en todo un acontecimiento a reflejar. La información a la que me refiero es la colocación de la bandera española, junto con la de la Unión Europea y la ya presente bandera del pueblo vasco en lo alto del Ayuntamiento de Donostia. El alcalde, Odón Elorza, ha procedido a la instalación de las banderas después de que una orden del Tribunal Supremo dictara la obligación de hacerlo.
Pues bien, la Izquierda Abertzale de Donostia ha condenado este hecho, puesto que para ellos es un símbolo reflejo de la "imposición y la división".
Siguiendo este mismo punto de vista nos encontramos con los postulados del filósofo y teólogo alemán Friedrich Schleiermacher. Según Schleiermacher cuando un idioma se implanta en el individuo ya no importa cuantos aprenda después, pues sólo uno le pertenece enteramente. Esto sucede debido a que cada idioma es un particular modo de pensamiento y lo que se piensa en un idioma no puede ser nunca repetido del mismo modo en otro.
Para Schleiermacher el idioma es el signo visible de las diferencias que distinguen una nación de otra y el criterio más importante por el que reconocer la existencia de una nación y su derecho a formar su propio Estado. Esta teoría ha tenido enormes consecuencias políticas, puesto que es la verdad defendida por muchos partidarios del nacionalismo.
Johann Gottlieb Fichte en sus Discursos a la Nación Alemana llega a decir que “damos el nombre de pueblo a los hombres cuyos órganos de lenguaje se hallan bajo la influencia de las mismas condiciones externas, que viven juntos y desarrollan un idioma en continua comunicación recíproca”.
Según lo anterior, cada comunidad española (o de cualquier parte del mundo) que posea un lenguaje propio podría constituir su propia nación. Pero nosotros, añadiendo un punto de realidad a todo esto, hemos de decir que no sólo el idioma marca un país, sino que son muchas más rasgos los que definen los límites de una nación. Si bien es cierto, que el discurso nacionalista utiliza estas teorías como base para su discurso político.
Desde otro punto de vista y siguiendo el principio de diversidad por el cual las peculiaridades que hacen diferentes a los individuos del mundo se deben fomentar y preservar, el idioma debe ser visto desde este mismo enfoque, puesto que no es más que la herramienta por la cuál el hombre se hace consciente de su propia personalidad.
Aún así, estas connotaciones que tiene el lenguaje no deberían ser llevadas al extremo como ocurre en el nacionalismo. Es decir, es cierto que el lenguaje puede ser una manera de vivir, pero esto no conlleva el rechazar otras y ensalzar la propia por encima de todo, mezclando con ello la política y utilizándolo únicamente como excusa en la que apoyarse para hacer más válidos los discursos políticos de independencia.
Todo esto nos lleva a que el plurilingüismo existente en algunos países del mundo; siendo uno de ellos España y el que tratamos en este blog; es tan necesario como puede serlo cualquier otro rasgo del país, pues establece nuestra riqueza lingüística.
En resumen, las lenguas junto con toda su pluralidad y sus matices, deberían servir para comunicarnos, para expresar quiénes somos y qué sentimos. Sin embargo, en España y en otros países, se vienen utilizando como armas arrojadizas, causas de conflicto. Los discursos del nacionalismo se basan en cuestiones lingüísticas y, suelen valerse de una terminología pseudo-científica utilizada para justificar y legitimar situaciones de desigualdad política y cultural.
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